miércoles, 10 de marzo de 2010

Nueva temporada

El impacto de una movida terrestre como la de marzo 27 supera la creatividad de expertos en efectos especiales postulantes al oscar, supera la fantasía perversa de un ego imperialista,
ansioso por cercar otros territorios y les supera por tratarse de una fuerza expresada desde
la profundidad del planeta vivo que pisamos, habitamos y a simple vista no dimensionamos en su espesura, magnitud y locura girando en esa comunidad galáctica inconmensurable, ordenada, dinámica y secretamente sincronizada.
Gracias ciencias exactas por el milagro de aproximarnos a esa vastedad cotidianamente ignorada.
Gracias a los Copernicos, Galileos, Newton, Einstein, Capra, Hawkings, permitiéndonos extender el acotado horizonte personal.
Una sucesión de sacudidas despertándonos a miles en la extensión kilométrica subrayada por las placas de corteza, reafirmando su dominio con la alianza oceánica del noctámbulo y soberbio pacífico. Desde ahí fuimos trasladados a otro lugar de nosotros mismos, alertados de naturaleza, en vigilia aún balanceándonos en zona de turbulencias, sabiéndonos navegantes, admitiendo un estrecho apego a la estabilidad hoy relativizada por la sustancia modular y transmutable como la conciencia, como la misma tierra en que rodamos nuestra fugaz existencia.

“Yo estoy en todo y todo está en mí” (Hazrat Inayat Khan, maestro sufí).


Al generar compasión, se empieza por reconocer que no se desea el sufrimiento y que se tiene el derecho a alcanzar la felicidad. Eso es algo que puede verificarse con facilidad. Se reconoce luego que las demás personas, como uno mismo, no desean sufrir y tienen derecho a alcanzar la felicidad. Eso se convierte en la base para empezar a generar compasión.

Cada uno recoge, ni más ni menos, lo que sembró.
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