ansioso por cercar otros territorios y les supera por tratarse de una fuerza expresada desde
la profundidad del planeta vivo que pisamos, habitamos y a simple vista no dimensionamos en su espesura, magnitud y locura girando en esa comunidad galáctica inconmensurable, ordenada, dinámica y secretamente sincronizada. Gracias ciencias exactas por el milagro de aproximarnos a esa vastedad cotidianamente ignorada.
Gracias a los Copernicos, Galileos, Newton, Einstein, Capra, Hawkings, permitiéndonos extender el acotado horizonte personal. Una sucesión de sacudidas despertándonos a miles en la extensión kilométrica subrayada por las placas de corteza, reafirmando su dominio con la alianza oceánica del noctámbulo y soberbio pacífico. Desde ahí fuimos trasladados a otro lugar de nosotros mismos, alertados de naturaleza, en vigilia aún balanceándonos en zona de turbulencias, sabiéndonos navegantes, admitiendo un estrecho apego a la estabilidad hoy relativizada por la sustancia modular y transmutable como la conciencia, como la misma tierra en que rodamos nuestra fugaz existencia.
“Yo estoy en todo y todo está en mí” (Hazrat Inayat Khan, maestro sufí).